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Originalmente posteado en LJ
https://adler-annr2.livejournal.com/23282.html
Autor:
adler_annr2 || Ann Reed Adler || le_icy_tsuntsun
Fandom: Kuroshitsuji
Claim: Elizabeth Middleford
Tabla: ♥ Tabla LJ - ♥ FF.net
Tema: #16 – Última palabra || #17 – Equipaje || #19 – En una sola noche || #21 – No lo parece || #23 – Imitación || #27 – Aún falta
Resumen: Todos se quedaron en drabbles jeje, mejor léanlos :)
Advertencias: Spoilers, AUs, másprecious moments momentos perdidos del canon (?) además uso indiscriminado tanto de canon anime y canon manga xDD!
Notas: Kuroshitsuji © Yana Toboso
16. Última palabra.
―¡Te voy a acompañar! ―sentenció Elizabeth subiéndose al carruaje antes de que Ciel pudiera decir nada en contra o Sebastian pudiera reaccionar en favor de los deseos de su amo (que más que haberle tomado desprevenido se trataba del hecho de que le concedió a la condesa unos breves instantes de cortesía para no lucir demasiado desesperado por no dejarla abordar y, por tanto, lucir tan maleducado como para levantar una duda del por qué era el mayordomo principal en la mansión Phantomhive-Middleford, no que quisiera incordiar a su amo, para nada)
Ciel solo permitió que se le escapara un pequeño suspiro y dejó que su esposa le indicara dónde debía acomodarse. Ciel suspiró de nuevo, de manera más audible esta vez, pero Elizabeth ni se inmutó. Solo se cruzó de brazos, enarcó una ceja y de esa forma permaneció todo el trayecto.
17. Equipaje.
Todo el tiempo del mundo no sería suficiente para poner en orden la montaña de cosas que Elizabeth querría llevar al Campania. Traía a Paula de arriba abajo, de un lado a otro buscando y rebuscando por toda la mansión. Qué cosas podría tener la hija menor de los Middleford fuera de sus habitaciones. Relojes de péndulo demasiado grandes para ser cargados por Paula, animales de peluche suficientes como para hundir el Campania, y cosas varias que sería mejor no recordar.
Solo la promesa de nuevos tesoros traídos del nuevo mundo pudo seducir a Elizabeth lo suficiente para dejar dos terceras partes de sus arcones, pues le bastaba con los que contenían sus vestidos.
19. En una sola noche.
Se llevaron su corazón, su prometido, su esperanza, su familia y su futuro.
Todo en la misma noche, otra vez. Aunque no era de extrañar. Pensó que ya debería haberse acostumbrado. Quizá algún día debería tomarse la molestia de agradecer al destino por no dejarle ninguna esperanza, nada de lo que aferrarse. Quizá debería hacer notar que se había recompuesto por ella, y solo por ella. Que si había sabido salir adelante era por su propia voluntad. Quizás sería bueno que permaneciera así para, un día, en un ajuste de cuentas pudiese reclamarle personalmente al Señor por haber dejado al desamparo de demonios a su amor.
21. No lo parece.
Elizabeth usa zapatos bajos, pero su estatura por sí misma ya rebasa la de Ciel. No se maquilla y sus facciones así quedándose infantiles acentúan su belleza natural, esa que está ya a punto de alcanzar perfiles adolescentes. Quiere ocultarlo, desea que no se note. Esas partes que dejan de estar planas para convertirse en curvas delicadas y femeninas, que delatan el año de ventaja que le lleva a su prometido. También ésas que torneadas y firmes descubren su entrenamiento. No solo callos, también músculos.
Lo trata de disimular, pero ella es más mortífera que los asados de Bard, la torpeza de Maylene y la fuerza sobre humana de Finny juntos. Y también más madura.
23. Imitación.
―¿Eso es todo?
Elizabeth ofreció una suma ridícula, que nadie más en la tierra habría estado dispuesto a entregar por un simple par de anillos. Hermosos, sí, pero muy básicos si se consideraba en diseño y piedras preciosas, además si se añadía la maldición alrededor de estos el valor total del juego no alcanzaba ni la octava parte de la puja ofrecida.
Los demás postores murmuraron por lo bajo, trataron de confortarse a sí mismos por no poder adquirir los anillos diciendo que era imposible que Elizabeth los hubiese cedido.
Se cumplían diez años desde que un segundo ―y más aparatoso― accidente en la mansión Phantomhive terminó con su dueño y servidumbre, y pareciera como si la prometida del mismo no hubiera cambiado un ápice en su constitución; seguíase viendo menudita, pálida, encantadora (eso sí) pero exactamente igual a la chiquilla de diez años atrás. Como si desde aquella tragedia en que definitivamente hubo de decir adiós a su primo los nutrientes no llegaran a ella y su forma infantil se debiera a un trastorno alimenticio y a la pena del luto.
―¡Menudo embustero! ―chilló Elizabeth tirando los accesorios al suelo―, mira que decir que habían encontrado en los restos de tu antigua mansión tus anillos, aparte de todo ¡unos simples saqueadores! Ciel, permíteme decirte que, aunque las cuestiones monetarias nos tienen sin cuidado, es muy feo que la gente ande por ahí diciendo que ha encontrado algo cuando no es verdad. En especial cuando se trata de algo tan valioso como lo son esos anillos para nosotros.
Lizzy fue a sentarse junto a la chimenea apagada haciendo un mohín.
Nunca antes se había molestado tanto. Encontrar aquellos anillos era su única esperanza para recuperar el alma fragmentada de Ciel y haber caído en la trampa de unos mortales la hacía enfurecer. Tenía a Sebastian buscando por todo el mundo y a los demás sirvientes también, ella misma se encargaba de lo que podía quedándose junto a Ciel en la finca que les construyó Sebastian en el abismo, lo cual no era mucho considerando que ni ella ni Ciel tenían necesidad física alguna. Pero le gustaba pensar que su preferencia por no separarse de su primo se debía a alguna clase de altruismo y no a su egoísmo.
―¡Todos ellos se parecen al embustero de Alois! Y el muy cobarde ya estando muerto ¡sin preocuparse de nada!... Ciel ―dijo Elizabeth en tono dubitativo―, me parece que deberíamos encargarnos de esto.
El interpelado no dijo nada, se limitó a apartar la vista de los jardines para dirigirla por primera vez a su aún prometida. Sus ojos cristalinos, de azul veleidoso que se escapaba conforme avanzaban los días, transmitieron un profundo pesar a la muchacha que de inmediato de arrepintió por su atrevimiento.
Sin embargo, Ciel no estaba disgustado.
―¿Para qué quiero un alma si tengo un corazón? ―preguntó.
En el acto se levantó de su sitio y fue a tenderle una mano a Lizzy ―, ¿bailamos? ―propuso.
27. Aún falta.
Ciel dijo―, yo volveré así que, por favor, espérame. Y Elizabeth lo hizo. Por muchos años ella esperó, fiel y tranquila pues la convicción de que Ciel volvería nunca se apartó de ella. Todos se lo recriminaron. ‘¡Tu vida no tiene que desperdiciarse de esta forma!’, ‘¡Reacciona por el amor de Dios!’. Y ella reía interiormente. «Ellos nunca lo entenderían, ¿verdad, Ciel? Tú me lo prometiste, dijiste también que no importaba cuánto te tomara tú volverías. Espero que cumplas, tú, mi noble caballero. Pues tu honor está en juego.»
Ha perdido la cuenta de los años que lleva esperando, incluso a veces se pregunta si por ventura no lo habrá soñado. O si fue una despedida más que un pacto de retorno. A veces siente que su fe se tambalea al borde de la locura, que el dolor está superando a la esperanza y toma bríos con cada día que pasa.
De alguna manera sabe que no está ni cerca de volver a ver a su primo; pero, lo presiente, tampoco está tan lejos.
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!... y creo que ya solo me faltarían poquitos para acabar x'3 no me odien…? –ok, me calmo–
29•12•12
Ann.
https://adler-annr2.livejournal.com/23282.html
Autor:
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Fandom: Kuroshitsuji
Claim: Elizabeth Middleford
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Tema: #16 – Última palabra || #17 – Equipaje || #19 – En una sola noche || #21 – No lo parece || #23 – Imitación || #27 – Aún falta
Resumen: Todos se quedaron en drabbles jeje, mejor léanlos :)
Advertencias: Spoilers, AUs, más
Notas: Kuroshitsuji © Yana Toboso
16. Última palabra.
―¡Te voy a acompañar! ―sentenció Elizabeth subiéndose al carruaje antes de que Ciel pudiera decir nada en contra o Sebastian pudiera reaccionar en favor de los deseos de su amo (que más que haberle tomado desprevenido se trataba del hecho de que le concedió a la condesa unos breves instantes de cortesía para no lucir demasiado desesperado por no dejarla abordar y, por tanto, lucir tan maleducado como para levantar una duda del por qué era el mayordomo principal en la mansión Phantomhive-Middleford, no que quisiera incordiar a su amo, para nada)
Ciel solo permitió que se le escapara un pequeño suspiro y dejó que su esposa le indicara dónde debía acomodarse. Ciel suspiró de nuevo, de manera más audible esta vez, pero Elizabeth ni se inmutó. Solo se cruzó de brazos, enarcó una ceja y de esa forma permaneció todo el trayecto.
17. Equipaje.
Todo el tiempo del mundo no sería suficiente para poner en orden la montaña de cosas que Elizabeth querría llevar al Campania. Traía a Paula de arriba abajo, de un lado a otro buscando y rebuscando por toda la mansión. Qué cosas podría tener la hija menor de los Middleford fuera de sus habitaciones. Relojes de péndulo demasiado grandes para ser cargados por Paula, animales de peluche suficientes como para hundir el Campania, y cosas varias que sería mejor no recordar.
Solo la promesa de nuevos tesoros traídos del nuevo mundo pudo seducir a Elizabeth lo suficiente para dejar dos terceras partes de sus arcones, pues le bastaba con los que contenían sus vestidos.
19. En una sola noche.
Se llevaron su corazón, su prometido, su esperanza, su familia y su futuro.
Todo en la misma noche, otra vez. Aunque no era de extrañar. Pensó que ya debería haberse acostumbrado. Quizá algún día debería tomarse la molestia de agradecer al destino por no dejarle ninguna esperanza, nada de lo que aferrarse. Quizá debería hacer notar que se había recompuesto por ella, y solo por ella. Que si había sabido salir adelante era por su propia voluntad. Quizás sería bueno que permaneciera así para, un día, en un ajuste de cuentas pudiese reclamarle personalmente al Señor por haber dejado al desamparo de demonios a su amor.
21. No lo parece.
Elizabeth usa zapatos bajos, pero su estatura por sí misma ya rebasa la de Ciel. No se maquilla y sus facciones así quedándose infantiles acentúan su belleza natural, esa que está ya a punto de alcanzar perfiles adolescentes. Quiere ocultarlo, desea que no se note. Esas partes que dejan de estar planas para convertirse en curvas delicadas y femeninas, que delatan el año de ventaja que le lleva a su prometido. También ésas que torneadas y firmes descubren su entrenamiento. No solo callos, también músculos.
Lo trata de disimular, pero ella es más mortífera que los asados de Bard, la torpeza de Maylene y la fuerza sobre humana de Finny juntos. Y también más madura.
23. Imitación.
―¿Eso es todo?
Elizabeth ofreció una suma ridícula, que nadie más en la tierra habría estado dispuesto a entregar por un simple par de anillos. Hermosos, sí, pero muy básicos si se consideraba en diseño y piedras preciosas, además si se añadía la maldición alrededor de estos el valor total del juego no alcanzaba ni la octava parte de la puja ofrecida.
Los demás postores murmuraron por lo bajo, trataron de confortarse a sí mismos por no poder adquirir los anillos diciendo que era imposible que Elizabeth los hubiese cedido.
Se cumplían diez años desde que un segundo ―y más aparatoso― accidente en la mansión Phantomhive terminó con su dueño y servidumbre, y pareciera como si la prometida del mismo no hubiera cambiado un ápice en su constitución; seguíase viendo menudita, pálida, encantadora (eso sí) pero exactamente igual a la chiquilla de diez años atrás. Como si desde aquella tragedia en que definitivamente hubo de decir adiós a su primo los nutrientes no llegaran a ella y su forma infantil se debiera a un trastorno alimenticio y a la pena del luto.
―¡Menudo embustero! ―chilló Elizabeth tirando los accesorios al suelo―, mira que decir que habían encontrado en los restos de tu antigua mansión tus anillos, aparte de todo ¡unos simples saqueadores! Ciel, permíteme decirte que, aunque las cuestiones monetarias nos tienen sin cuidado, es muy feo que la gente ande por ahí diciendo que ha encontrado algo cuando no es verdad. En especial cuando se trata de algo tan valioso como lo son esos anillos para nosotros.
Lizzy fue a sentarse junto a la chimenea apagada haciendo un mohín.
Nunca antes se había molestado tanto. Encontrar aquellos anillos era su única esperanza para recuperar el alma fragmentada de Ciel y haber caído en la trampa de unos mortales la hacía enfurecer. Tenía a Sebastian buscando por todo el mundo y a los demás sirvientes también, ella misma se encargaba de lo que podía quedándose junto a Ciel en la finca que les construyó Sebastian en el abismo, lo cual no era mucho considerando que ni ella ni Ciel tenían necesidad física alguna. Pero le gustaba pensar que su preferencia por no separarse de su primo se debía a alguna clase de altruismo y no a su egoísmo.
―¡Todos ellos se parecen al embustero de Alois! Y el muy cobarde ya estando muerto ¡sin preocuparse de nada!... Ciel ―dijo Elizabeth en tono dubitativo―, me parece que deberíamos encargarnos de esto.
El interpelado no dijo nada, se limitó a apartar la vista de los jardines para dirigirla por primera vez a su aún prometida. Sus ojos cristalinos, de azul veleidoso que se escapaba conforme avanzaban los días, transmitieron un profundo pesar a la muchacha que de inmediato de arrepintió por su atrevimiento.
Sin embargo, Ciel no estaba disgustado.
―¿Para qué quiero un alma si tengo un corazón? ―preguntó.
En el acto se levantó de su sitio y fue a tenderle una mano a Lizzy ―, ¿bailamos? ―propuso.
27. Aún falta.
Ciel dijo―, yo volveré así que, por favor, espérame. Y Elizabeth lo hizo. Por muchos años ella esperó, fiel y tranquila pues la convicción de que Ciel volvería nunca se apartó de ella. Todos se lo recriminaron. ‘¡Tu vida no tiene que desperdiciarse de esta forma!’, ‘¡Reacciona por el amor de Dios!’. Y ella reía interiormente. «Ellos nunca lo entenderían, ¿verdad, Ciel? Tú me lo prometiste, dijiste también que no importaba cuánto te tomara tú volverías. Espero que cumplas, tú, mi noble caballero. Pues tu honor está en juego.»
Ha perdido la cuenta de los años que lleva esperando, incluso a veces se pregunta si por ventura no lo habrá soñado. O si fue una despedida más que un pacto de retorno. A veces siente que su fe se tambalea al borde de la locura, que el dolor está superando a la esperanza y toma bríos con cada día que pasa.
De alguna manera sabe que no está ni cerca de volver a ver a su primo; pero, lo presiente, tampoco está tan lejos.
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!... y creo que ya solo me faltarían poquitos para acabar x'3 no me odien…? –ok, me calmo–
29•12•12
Ann.